UNA VICTORIA DE FIDEL CASTRO – 30.5.2017

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En Cuba no se desarrollaron grandes luchas, ni siquiera una batalla decisiva. El régimen de Batista se desmoronó en pocos días, con una rapidez sorprendente. Fidel Castro triunfó y entonces se planteó la pregunta ¿Cómo fue posible que un joven jefe de rebeldes, con una fuerza militar escasamente pertrechada, pudiera vencer a una dictadura que disponía de armas modernas de un ejército de 30.000 hombres? La propaganda y las explicaciones ideológicas de los amigos de Castro, así como las imágenes inexactas y leyendas creadas por sus enemigos, deben ser corregidas para poder contestar esta pregunta.

De acuerdo con su filiación doctrinaria, los comunistas orientados hacia Moscú hubieran visto con agrado que fuera la propia clase trabajadora, dirigida por los comunistas, la que aportara la ayuda decisiva para derrocar a Batista, y a ser posible bajo las condiciones objetivas de una “situación revolucionaria” en la que se dieran la explotación de una mayoría por una minoría, la caída en desgracia de amplias capas de población, de desempleo masivo, una inflación creciente y fenómenos de crisis en la economía. Sin embargo, los acontecimientos de Cuba no se representaron sobre este modelo revolucionario, ni en la fase de la rebelión, ni después, cuando Castro consolidó su poder y creó, una Cuba socialista. A la realidad cubana tampoco le corresponde la idea de unvictorioso ejército de campesinos, en el que formaban la gran masa de la población rural empobrecida. Porque Cuba no era ningún país empobrecido con una economía estancada, una gran miseria y desempleo; nada de eso. Naturalmente que Cuba era pobre en comparación con los países desarrollados, pero en comparación con los restantes países de Latinoamérica, y teniendo en cuenta su renta per cápita, se encontraba en cuarto lugar. Y aún cuando el reparto de esta renta era muy diverso, no existía ningún movimiento de masa en el que formaran los trabajadores y campesinos de entusiasmado espíritu revolucionario. Los trabajadores de las ciudades se beneficiaban de una política social progresiva – jornada laboral de ocho horas, vacaciones pagadas, seguridad social, aumentos de salarios, etc.- y apenas si había revolucionarios entre ellos. A ellos, al igual que a los trabajadores de Europa occidental y de América del Norte, les importaba en primer lugar un mejoramiento del nivel de vida y no un cambio político que no sabía adónde les llevaría. Por ello, un dirigente comunista cubano analiza acertándome la situación:

“En realidad, Cuba no era uno de los países con nivel de vida más bajo, sino todo lo contrario, uno de los países latinoamericanos en donde el nivel de vida de las masa era especialmente alto. Si la tesis citada arriba fuera cierta (de que una revolución sólo puede estallar en un país en el que exista y gran empobrecimiento de las masas), la revolución habría estallado primero en Haití, en Columbia, o incluso en Chile, o sea, en países cuya población era más pobre que la de Cuba entre los años 1952 a 1958”.

Pero si la clase trabajadora no fue la base social de la Revolución cubana, tampoco lo fue la clase campesina. En su totalidad, un cuarenta por ciento de la población laboral de Cuba estaba empleada en el campo, la mayor parte de ellos como peones, y no como arrendatarios. Por tanto, los campesinos no podían formar una base masiva, sobre todo porque durante la fase inicial de la rebelión, se encontraban muy alejados del ámbito de influencia de Castro y porque durante la fase de la lucha, la mayor parte de ellos se comportaron de un modo pasivo y apático.

Naturalmente había parados y eran especialmente los trabajadores ocasionales, los que trabajaban por temporadas, quienes sentían con más presión la situación laboral. Pero con ello no se daba una situación revolucionaria en el sentido comunista. El modelo de la revolución marxista de interpretación soviética no puede ser achacada a la Revolución cubana, como tampoco el modelo de la “revolución campesina China”. La  revolución cubana debe ser considerada por tanto como un tipo autónomo, que no se puede incluir dentro de los criterios ideológicos de Mao y de Moscú. Porque, al contrario de lo que ocurrió en Rusia o en China, en Cuba no existían masa revolucionarias, independientemente de que los comunistas cubanos no sólo no se hicieron cargo de la dirección de la revolución, sino que sólo después de que la victoria de Castro estuviera prácticamente asegurada se mostraron dispuestos a apoyarle.

El asalto de Castro contra los cuarteles Moncada, el 26 de julio de 1953, fue condenado por los comunistas cubanos como “una aventura totalmente ajena a las masas populares”. También rechazaron el intento de golpe de Estado del “directorio revolucionario”, del 13 de marzo de 1957. “Las acciones armadas que sólo se apoyan en grupos aislados que no tienen en cuenta la situación general, son totalmente inútiles y sus resultados sólo pueden ser negativos. “Tanto Castro como su puñado de rebeldes de Sierra Maestra también se debieron sentir tocados por estas críticas, ya que su táctica de lucha contra Batista fue rechazada decisivamente por los comunistas. Estos rechazaron efectivamente todas las acciones “separadas de las masas populares” y se esforzaron por crear un “frente democrático de liberación nacional”. Solo cuando se hubiera conseguido crear las condiciones indispensables para la lucha de masas, solo entonces se podría pensar en un levantamiento armado.

En abril de 1958, cuando Castro convocó una huelga general, los comunistas se negarón aún a apoyarle, y solo a fines del verano se decidieron a colocarse definitivamente al lado de los rebeldes.

Esta actitud de espera de los comunistas cubanos fue confirmada por su propio secretario general, Blas Roca: “La forma principal de la lucha fue el combate armado en el campo, mientras que las huelgas, el boicot a las  elecciones y otras acciones de la clase trabajadora, continuaron representando un papel secundario. La lucha armada había sido empezada por la pequeña burguesía. La clase trabajadora nunca llegó a desarrollar una actividad decisiva”. Estas afirmaciones de Roca concuerdan sin duda alguna con el núcleo de la cuestión, al igual que el punto de vista de Che Guevara sobre la guerra de guerrillas de los rebeldes: “Esta se desarrolló en dos ambientes diferentes: el pueblo, formado por una masa que aún se hallaba adormecida y que tenía que ser movilizada; y los guerrilleros, que despertaban la conciencia revolucionaria y el entusiasmo por la lucha”.

Pero, ¿quiénes componían esta “pequeña burguesía”, quienes eran estos “partisanos”?

No se trataba de trabajadores ni de campesinos, sino de jóvenes intelectuales, estudiantes, escolares, miembros de la clase media de las ciudades y del campo. Ellos fueron los que organizaron, iniciaron y desarrollaron la Revolución cubana.

Desde los tiempos del presidente Machado, estos intelectuales, que no pueden ser definidos como clase, fueron el verdadero elemento revolucionario en Cuba. Se oponían al abuso del poder de los Gobiernos corrompidos y dictatoriales, y se pusieron al lado del progreso social y de la libertad política. Su tendencia hacia  la revolución se vio fortalecida por el hecho de que había más estudiantes que acababan su carrera que puestos a cubrir con los que pudieran sentirse contentos. Este fenómeno, típico para todos los países de Latinoamérica, condujo a la formación y existencia de un proletariado intelectual.

Goldenberg escribe al respecto: “Muchas de esta persona confiaban en la dirección de las personas del Gobierno, pero al mismo tiempo se hallaban abiertos a la actividad terrorista y revolucionaria, porque no tenían un trabajo regular.” Así pues, estos intelectuales fueron el motor de la revolución cubana y el programa que postularon durante la fase inicial de la rebelión no fue apoyado por los campesinos, ni por los trabajadores, sino en primer lugar por las clases media y superior. El idealismo político, el deseo de aventuras y el temor ante el terror de Batista, condujeron a muchos jóvenes cubanos de las ciudades hacia Sierra Maestra, para incorporarse a la lucha contra Batista.

Naturalmente, entre los rebeldes de Castro también había campesinos, pero esto no quiere decir que la totalidad del campesinado cubano fuera el portador de la revolución, sino un grupo determinado, de una región determinada. Sólo ellos tuvieron una cierta importancia.

Che Guevara escribe: “El primer territorio ocupado por el Ejército rebelde estaba habitado por una clase de campesinos que se diferenciaban mucho, tanto en el aspecto cultural como social, de aquellos habitantes del campo que formaron en los grupos de guerrilleros iniciales. La mayor parte de los soldados de la primera fase procedían de una clase que era la que más agresivamente demostraba el amor por su propia tierra, o sea, que estaban impregnados del espíritu de la pequeña burguesía: estos campesinos lucharon porque querían poseer tierras para sí mismos y para sus hijos, porque querían ser autónomos, vender los productos del campo y enriquecerse con un trabajo”.

Así pues, los estudiantes, escolares, académicos, artesanos e hijos de campesino fueron los luchadores activos en las filas de los rebeldes. Existen cifras muy diversas sobre el número de estos rebeldes que Castro consiguió reunir a su alrededor hasta el final. En la mayor parte de los casos, estas cifras son excesivas, y hasta la suposición muy prudente de que al final de la última fase de la lucha, las tropas de Castro contaban con unos 3.000 miembros, debe ser considerada más bien como alta que como baja. Por otra parte, la afirmación de que estos rebeldes vencieron finalmente a los treinta mil soldados de Batista no es más que propaganda pura.

Las acciones militares y los actos de sabotaje, la voladura de puentes, el corte de las carreteras y de las líneas telefónicas, la explosión de bombas, y el creciente contraterror de Batista crearon la inseguridad entre el pueblo cubano, lo que fue decisivo para el éxito de Castro, pero nunca se llegaron a entablar acciones militares decisivas.

El Ejército también se sintió afectado por esta inseguridad general; la corrupción, los enfrentamientos interiores, la falta de disciplina y el escaso espíritu combativo, condujeron a los soldados cubanos hacia la desmoralización.

Interiormente dividida, sin encontrar ya el apoyo de la población, y sin tener confianza en los propios dirigentes, la tropa no estaba dispuesta a luchar por el dictador cubano. Allenmann escribe: “En el último medio año ya se puso de manifiesto que Batista no solo no tenía ninguna oportunidad de dominar la revuelta, sino que sus días como presidente estaban contados. Ahora, cuando todo se acababa, las ratas abandonaban la nave que se hundía, y hasta sus comandantes empezaron a tratar directamente con Fidel Castro. Cuando el dictador abandonó el juego la noche del fin de año de 1958, subió al avión llevando su equipaje – en el  que se llevaba una parte del presupuesto estatal -, y voló hacia la República Dominicana, no era un hombre militarmente vencido, sino un fracasado político: el jugador inconsciente había jugado demasiado fuerte y había perdido la partida”.

*Peter Grubbe: A la  sombra del cubano, del libro Grandes Guerras de nuestro tiempo –conflictos armados de 1945 a 1959 T.I pag. 268 y 269, Editorial Bruquera, Barcelona, 1958.

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